Barraquer y la BioMARató: juntos por la biodiversidad marina
12/12/2024
07/12/2015
Tiene la simpatía del que está satisfecho con su vida. El profesor Joaquín Barraquer se sigue divirtiendo. Espigado y esbelto, lleva la elegancia en los huesos. Me recibe en su guarida, en el quinto piso de la Clínica Barraquer.
Una estancia acogedora y muy entretenida habitada por multitud de dispares objetos que tienen una historia que contar. Las paredes están forradas de fotos coloridas de gente sonriente que te mira. Pero hay una en la que sus dos personajes no te miran.
Están absortos fabricando un artilugio sobre una amplia mesa de madera iluminados por un flexo. Una foto en blanco y negro del Profesor José Antonio Barraquer y de su hijo Ignacio a la edad de siete u ocho años, una ventana a otro tiempo, dando comienzo a la saga de oftalmólogos e inventores Barraquer.
Un chofer de la clínica que conocía bien a mi padre solía decir: Voy a buscar a este especialista en mecánica y aficionado a la oftalmología.
- ¿Tenía del don del arte de construir?
Sí, le gustaba mucho la mecánica, se arreglaba él mismo sus coches. Teníamos un taller completísimo en el que fabricábamos todo tipo de cosas, desde un tanque teledirigido, una grúa con dos motores eléctricos, una máquina de vapor hecha con latas de conserva, una radio que construimos con viejas válvulas que mi padre conseguía en los Encantes; hasta su exoesqueleto de hierro que le permitió andar tras el accidente de coche. En aquel taller educó mi habilidad manual, cualidad indispensable para ser un buen cirujano.
- ¿Qué le ocurrió en la pierna?
Tuvo un accidente de coche. No había más remedio que amputar la pierna le dijo el médico. Pero mi padre fabricó el mismo un exoesqueleto, una pieza de hierro de quita y pon que le envolvía la pantorrilla y el pie y le permitía andar. La llevó toda su vida.
- Debía pesar mucho.
Mírela, aquí la tengo. Sí, es un artilugio muy pesado, pero él nunca se quejó, siguió con su trabajo y su buen humor.
- Eso es admirable.
Mi padre era un genio. Dedicó su vida a sus pacientes, pero también sabía divertiste. Era un hombre de aficiones, disfrutaba con los coches de gran cilindrada y era un amante de los animales y de los inventos, algunos muy útiles.
- ¿Recuerda alguno en concreto?
Durante la guerra había restricciones de electricidad y mi padre fabricó unos aparatos que funcionaban con gasógeno, un carburante que se quemaba y producía electricidad. De esta forma, mi padre, aunque con ciertas dificultades, nunca dejo de atender a sus pacientes.
- Revolucionó el mundo de la oftalmología.
Cuando dejó de operar, a los 75 años, se refugió en el estudio de la zoología. Un día, observando como una sanguijuela cogía una piedra del fondo del acuario y la trasladaba, pensó que si consiguiera adiestrar a una sanguijuela acabaría con el problema de la rotura de las cataratas durante la extracción que se realizaba con pinzas.
- Sin duda un hombre genial.
La observación de aquella sanguijuela le dio la idea e inventó una ventosa que con un motor eléctrico conseguía el vacío que se requiere para sacar la catarata fácilmente.
- Y como todo genio también tenía sus excentricidades…
Sí, ja,ja,ja… Llegó a tener en el jardín de casa un guepardo y un puma, que a veces dormía a su lado mientras él pasaba visita. Y dos chimpancés, Pancho, y Jocko que era la niña de sus ojos. Le hizo un abrigo como el suyo y los dos se iban a tomar el aperitivo al Sandor, en la entonces plaza Calvo Sotelo.
- ¿Qué es lo más valioso que le transmitió su padre?
Amor a los pacientes: curar, mejorar o consolar, pero nunca engañar o abandonar, porque lo que no se puede hacer hoy se podrá hacer mañana. Y me enseño a vivir la vida con sentido del humor y elegancia.